En primer lugar, encontrar una novela como La Inquilina de Wildfell Hall en la estantería de una librería de mi país es ya algo extraordinario; sin embargo había desdeñado mi suerte y mantenido esta novela en espera desde hacía algún tiempo hasta que uno de estos días encontré una entrada en el blog Qué Leería Jane Austen que definitivamente me motivó a rescatar mi olvidada compra y ponerme al día con Anne Brontë y uno de sus trabajos.
Leí, entonces, en el prólogo de la novela, que Anne no había escrito esta novela con el propósito de entretener sino con la idea de prevenir a los jóvenes de su sociedad de los errores de los protagonistas de su libro, y que si su con su manuscrito lograba esta victoria, entonces no lo había escrito en vano.
Ya el blog Qué Leería Jane Austen me anticipaba una agradable novela, pero yo, al saber que me proponía leer un trabajo brontesco, me predispuse para algo sombrío, y de cierta forma así lo fue; sin embargo, lo encontré muy austeniano también. Mientras leí la historia de Helen Graham, en realidad Mrs Huntingdon, encontré que lo que le sucedió a esta mujer es como si el final feliz de algunos personajes de Jane Austen hubiera salido mal; me explico: imaginemos cómo conoció Frank Churchill a Jane Fairfax (en Emma), un tipo coqueto y adinerado, encaprichado en conquistar a una muchacha educada de baja cuna, estigmatizada en convertirse en institutriz de una familia ricachona. Imaginemos qué pasó después del matrimonio entre Frank y Jane, imaginemos que él continuara siendo coqueto con otras mujeres y que en adición se volviera alcohólico y le diera mala vida a la probre Jane Fairfax. Imaginemos ahora que todo esto le sucediera a Fanny Price (Mansfield Park) si se hubiera dejado seducir por Henry Crawford (mi amor platónico, por cierto); qué habría pasado si Fanny se hubiera empeñado en convertir, en modificar, la coqueta conducta de Henry Crawford, que hubiera estado convencida de que su amor lograría que Henry no fuera mujeriego y al final, después del matrimonio, Henry hubiera continuado su coqueteo comportamiento con Maria Rushworth y dado infelicidad a la muy correcta Fanny Price. ¿Qué habría pasado en una novela Austen en un caso como éste? Para nuestra salud, Jane jamás habría permitido semejantes calamidades entre sus personajes, sus novelas siempre terminan muy bien orquestadas y todos felices y comiendo perdices.
La Inquilina de Wildfell Hall inicia como una carta que Gilbert Markham escribe a su cuñado, sobre algo que aquél esperaba que le fuera retribuido en obsequio de sus memorias. Gilbert Markham es el héroe de esta novela e hijo mayor de la familia Markham, que vive en una sociedad -y sigo con mi comparación con las novelas de Jane Austen porque encontré esto muy agradablemente comparable- en la que el cotilleo es escencial, especialmente cuando un nuevo vecino viene a ocupar una olvidada casona de la villa y mucho más si este vecino es una misteriosa mujer, únicamente acompañada por su hijo y su ama de llaves.
Helen Graham evita socializar con ninguno y cuando sus curiosos vecinos vienen a hacerle la visita de rigor termina involucrándose con ellos, pero especialmente con él, con Gilbert Markham. Al principio, no entendemos qué pasa con ella y si entramos en el mundo de la vecindad terminaremos pensando que Mrs Graham es la querida de Mr Lawrence hasta que define contarle, a través de su diario, la verdad a Gilbert. Es ahí cuando sabemos que Helen ha huído de su matrimonio y se ha refugiado en Wildfell Hall para continuar con su vida y alejar a su pequeño Arthur de los vicios de su padre.
Me gustó esta novela, me gustó la valentía que tuvo Anne Brontë al escribir una audaz historia como ésta en su tiempo, la controversia que debió causar al involucrar a una supuesta "viuda" con un hombre soltero y exponer, de esa manera, los vicios de la humanidad, así como dejar en entredicho el perdón de la infidelidad, si quien fue infiel es el hombre. Y, finalmente, me encantó que elevara la integridad de Helen igualando sus derechos al de su género opuesto.
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