martes, 29 de marzo de 2011

Orgullo y Prejuicio


Ha sido delicioso comentar la novela de Jane Austen, mi novela predilecta entre todas las novelas, Orgullo y Prejuicio, a finales del año pasado emprecé la tercera relectura de esta obra y desde entonces, en mi propio tiempo, he estado resumiendo y escribiendo mis impresiones acá, finalmente he culminado de recapitular por lo que relato esta impresión general de este clásico de la literatura inglesa y del mundo.
Orgullo y Prejuicio es para mí la novela romántica por excelencia, ella posee todos los elementos esenciales de un libro romántico: unos personajes principales que en principio no se toleran pero cuyas opiniones sobre las situaciones y sobre el uno o el otro se flexibilizan cuando surge la admiración y el cariño entre ambos, el acto heroico del caballero enamorado y la dama de mente independiente y resuelta que cautiva, solo con esta cualidad, al hombre reservado e impenetrable.
Elizabeth Bennet es la segunda hermana de un grupo de cinco señoritas que un día reciben como vecino al señor Bingley, un joven soltero y acaudalado que llegaba como anillo al dedo al grupo de jovencitas todas casaderas, pero el señor Bingley no había ido solo a Hertfordshire, donde principalmente se desarrolla la novela, había ido acompañado de sus hermanas y su amigo, que ganaba 10.000 libras anuales, una cifra insuperable, Mr Darcy, quien pronto se hace repudiado por los locales debido a su carácter orgulloso y modales antipáticos. La clave del encuentro y la relación amor-odio entre Darcy  y Lizzy Bennet sucede cuando Bingley y su grupo se presentan en el baile público de Meryton, al inicio de la novela, Bingley estaba siendo cautivado por Jane Bennet, la hermana mayor de Lizzy, a tal punto que había bailado dos veces con ella, señal de predilección en la época, mientras Darcy solo había bailado con Caroline, la hermana soltera de Bingley no porque fuera su predilecta sino porque no conocía íntimamente a nadie más, por esto, Bingley, observando a su amigo aburrido y flemático le propone que baile con Lizzy.
¿Qué dices? ––y, volviéndose, miró por un momento a Elizabeth, hasta que sus miradas se cruzaron, él apartó inmediatamente la suya y dijo fríamente: ––No está mal, aunque no es lo bastante guapa como para tentarme; y no estoy de humor para hacer caso a las jóvenes que han dado de lado otros. Es mejor que vuelvas con tu pareja y disfrutes de sus sonrisas porque estás malgastando el tiempo conmigo.”
Elizabeth escucha la odiosa opinión de Darcy sobre ella y a partir de entonces se forma una idea sobre éste caballero dominada por los prejuicios. 
Por algo Orgullo y Prejuicio es la novela más popular de la autora inglesa Jane Austen, es una de esas novelas tan bonitas, apasionadas y entretenidas, aderezada con humor y sarcasmo, con ricos personajes y situaciones bien planteadas, que constituye además una excelente manera de conocer la historia, el modo de vivir en el campo inglés y los códigos de la sociedad de Jane Austen, la importancia de los bailes para las jovencitas solteras y la marcada diferencia entre las clases sociales en cuanto a la diversión y a la manera de relacionarse. Para aquellos que todavía no han intentado esta obra, acá les dejo esta entrada que espero refleje mi precioso afecto por ella, y a continuación citaré los lenlaces para que sigan  los resúmenes de los capítulos que pretendí hacer de ella.

 Y recordemos que, todavía, cualquier hombre soltero, de buena fortuna o no, necesita de una esposa; y hay muchas señoritas por ahí pescando marido.
 M.

Orgullo y Prejuicio (Resumen e Impresiones - Capítulos LI al LXI


Para resumir, Lizzy y los tíos Gardiner debieron suspender su delicioso paseo, que tantas alegrías había traído a Elizabeth, y regresar a Hertfordshire por la urgencia que había acarreado el arrebato de Lydia, el tío Gardiner se compuso con el señor Bennet para hallar su paradero y traerla a casa por lo que los dos partieron a Londres, donde se suponía que estaba escondida con Wickham. El señor Bennet se mostró muy arrepentido por no haber escuchado los consejos de su hija Elizabeth y haber permitido que Lydia viajase de esa manera tan irresponsable con los Foster.
Después de mucha angustia, en el capítulo LI, Lydia es ya una mujer casada. Lo que parecía imposible, que Wickham tomara en matrimonio a una desafortunada joven como ella, sucedió. El señor Bennet temía por lo mucho que debió haber pagado el señor Gardiner al joven para que éste aceptara casarse con su hija, sin embargo, en la última carta que recibió de su cuñado, éste le confirmaba que el matrimonio se había concretado, lo único que debía hacer el señor Bennet era componer a Lydia por una suma igual que al resto de sus hermanas cuando él y la señora Bennet fallecieran, y entregarle, mientras viviera, la modesta cantidad de cien  libras anuales.
A continuación, muy persuadido por sus hijas mayores, el señor Bennet acepta que los nuevos esposos visiten su casa. Entre una cosa y otra, la vanidosa Lydia expone a Lizzy los verdaderos hechos de su pesquisa y su matrimonio. El señor Darcy había sido quien había dado con los fugitivos y determinó los arreglos para la boda, incluyendo la dote de Wickham y la cancelación de sus múltiples deudas.
En resumidas cuentas es todo lo que sucede con los Bennet y Lydia y Wickham entre los capítulos XLVII y LII. Darcy reaparece, por lo menos por mención, a través de una carta de la señora Gardiner, a quien Elizabeth recurre para que le aclare la situación relatada por su hermana. ¿Cómo Darcy había terminado en la boda de Lydia y su antiguo amigo? Pues, para recapitular otra vez, Darcy, ocupado en su responsabilidad por no haber desmentido en su debido momento a un hombre como Wickham, se creyó comprometido en evitar la desgracia de una joven inocente, aunque el trasfondo de todo era que esperaba evitar la pena de su querida Lizzy; y acá el acto heroico de este personaje, e imprescindible en este tipo de novelas románticas.
Después de toda esta tempestad Bingley regresa a Hertfordshire para ocupar nuevamente su residencia en Netherfield. Si hay una parte que me gusta de esta novela es ésta, la última parte, ¡el regreso de Mr Darcy!
La señora Bennet ofrece en honor a Bingley, y para estimular su intimidad con Jane, una cena pautada hacía mucho tiempo atrás pero que no se había llevado a cabo, invitación que extiende también a Mr Darcy. Esta parte de la novela es la que más me gusta por el misterio que implica para Lizzy el amor de Mr Darcy, por fin Lizzy ya se sabe enamorada de él y guarda la esperanza de que los sentimientos de éste no se hubieran modificado desde su declaración en Hunsford y que sus maneras no hubieran variado desde que le encontró en Pemberley, pero Darcy parecía el mismo hombre reservado con el que ella no simpatizaba y ello la tenía enojada. Es encantador cómo sus miradas se cruzan durante la cena, como a ella se le percibe nerviosa e impaciente por intercambiar cualquier frase con él y captar si aún queda algún sentimiento por ella y cómo se disgusta cuando no puede hablarle porque todo los separaba: su madre que le había dado por sentarse junto a él, o una chiquilla que domina su atención la única vez que Darcy se acercó para hablarle.
Toda la tarde estuvieron confinados en mesas diferentes, pero los ojos de Darcy se volvían tan a menudo donde ella estaba, que tanto el uno como el otro perdieron todas las partidas.
Cuando Darcy regresa a Londres para resolver unos asuntos personales, lady Catherine de Bourgh reaparece en la historia para intentar persuadir a Elizabeth de casarse con su sobrino, tan inesperada y significativa visita inquieta a la señora Bennet, quien no se imaginaba las razones por las que la importante dama se encontraba en su casa. Lady Catherine aparece avasallante y resuelta a evitar a toda costa la insensatez de un matrimonio tan desigual a tal punto que obliga a Lizzy a prometerle que no se casará con su sobrino. Específicamente cuando lady Catherine le pregunta a Lizzy si promete no comprometerse nunca con su sobrino y ella le responde que no hará ninguna promesa de esa clase es lo que mueve a Mr Darcy a renovar su promesa de amor a Elizabeth:
Es usted demasiado generosa para burlarse de mí. Si sus sentimientos son aún los mismos que en el pasado abril, dígamelo de una vez. Mi cariño y mis deseos no han cambiado, pero con una sola palabra suya no volveré a insistir más.
Por supuesto que Bingley y Jane resolvieron también sus asuntos y se comprometieron, y Elizabeth aceptó a Mr Darcy sin vacilaciones, su padre y todos los demás fueron sorprendidos con este aparente repentino amor, ninguno se explicaba por qué el orgulloso Darcy  pedía la mano de Elizabeth y profesaba que ambos se amaban cuando todo lo que habían observado en Lizzy había sido aversión por el caballero. Cuando a Elizabeth le correspondió explicar a su padre su amor le expuso que sus sentimientos por su prometido se habían modificado gradualmente y añadió, entre todas las virtudes de Darcy, que él había sido quien había logrado que Wickham se casara con Lydia, entonces Mr Bennet comprendió que Lizzy se hubiera enamorado de este hombre.
Lizzy le preguntó a Mr Darcy cuándo se había enamorado de ella, entonces él le respondió:
No puedo concretar la hora, ni el sitio, ni la mirada, ni las palabras que pusieron los cimientos de mi amor. Hace bastante tiempo. Estaba ya medio enamorado de ti antes de saber que te quería.


Orgullo y Prejuicio (Resumen e Impresiones - Capítulos XLIII al L)


Lizzy y Darcy se reencuentran de manera inesperada en otro de los momentos encantadores de la novela. Estamos revisando la obra Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen.
Se suponía que Darcy estaba de viaje y que no regresaría a Pemberley hasta el día siguiente, su majestuosa casa estaba abierta a los visitantes como Lizzy y sus tíos, por esto el Ama de Llaves les recibe e inicia con ellos la exhibición de la parte disponible al público de la morada de Mr Darcy.
Elizabeth se quedó maravillada. Jamás había visto un lugar más favorecido por la naturaleza o donde la belleza natural estuviese menos deteriorada por el mal gusto. Todos estaban llenos de admiración, y Elizabeth comprendió entonces lo que podría significar ser la señora de Pemberley.
La descripción de los caminos y decoración de Pemberley son esenciales para describir la elegancia y magnitud de la casa, por ejemplo, al inicio del capítulo XLIII se cuenta que el edificio es de piedra y se añade que es amplio y hermoso, rodeado de uno de los bosques más hermoso de Inglaterra. Adentro, el mobiliario es sofisticado y discreto, haciendo la comparación con el domicilio de la tía de Darcy, lady Catherine, se establece que no había nada llamativo ni cursi y que había allí menos pompa pero más elegancia que en Rosings, así como se resalta el nuevo piano de Georgiana y las pinturas y las esculturas familiares típicas de las familias de la alta sociedad.
La señora Reynolds, el ama de llaves del señor Darcy, hace alarde de su empleador, lo cual, en cierta forma, desconcierta a Lizzy pues, a pesar de que su opinión sobre el dueño de Pemberley ha cambiado desde la carta, tal vez no suponía que una empleada pudiera referirse tan favorablemente a su patrón, con verdadera adulación y admiración.
“Es el mejor señor y el mejor amo que pueda haber; no se parece a los atolondrados jóvenes de hoy en día que no piensen más que en sí mismos. No hay uno solo de sus colonos y criados que no le alabe. Algunos dicen que es orgulloso, pero yo nunca se lo he notado. Me figuro que lo encuentran orgulloso porque no es bullanguero como los demás.”
A través de la señora Reynolds, Elizabeth comprueba las bien fundadas acusaciones de Darcy sobre Wickham y escucha alabanzas sobre Georgiana, la hermana de Darcy, a quien Wickham había intentado desacreditar con Elizabeth en Hertfordshire haciéndole creer que era tan orgullosa como su hermano.
Aunque se le esperaba hasta el día siguiente Darcy se presenta en Pemberley justo cuando los visitantes estaban por retirarse. Al principio éste y Lizzy no hablaron mucho y lo que se dijeron fue torpemente pronunciado, la Lizzy astuta e irónica, con una respuesta para cada pregunta, estaba y se sentía por primera vez cohibida por dos razones: la vergüenza que le producía encontrarse con Darcy de esa manera, en su territorio, y por el notorio cambio de actitud de éste, quien no solo se había presentado amable sino interesado tanto por ella como por su familia.
Sorprendida por el cambio de modales desde que se habían separado por última vez, cada frase que decía aumentaba su cohibición, y como entre tanto pensaba en lo impropio de haberse encontrado allí, los pocos momentos que estuvieron juntos fueron los más intranquilos de su existencia.
Una joven inteligente como Lizzy tenía que sentirse intimidada y elogiada en Pemberley, Pemberley habría sido su casa si ella hubiera aceptado la propuesta de matrimonio del señor Darcy, por ello, cuando observó su magnificencia reconsideró su vanidad, modestia y probablemente manifestó algo de arrepentimiento, hasta que recordó que un hombre de la fortuna de Mr Darcy no habría permitido que sus tíos Gardiner, de profesión comerciantes, le hubiera visitado después del matrimonio, por lo que cualquier síntoma de remordimiento fue desechado, sin embargo, para conmoverla más, cuando Darcy les reencuentra en el bosque solicita a Elizabeth que les presente a sus acompañantes.
Elizabeth no estaba preparada para este rasgo de cortesía, y no pudo evitar una sonrisa al ver que pretendía conocer a una de aquellas personas contra las que su orgullo se había rebelado al declarársele.
La intimidad resurge entre Darcy y Elizabeth gracias a este reencuentro, éste la busca varias veces en la posada en la que se hospedaba ella y le presenta a Georgiana. Georgiana le parece a Lizzy una muchacha muy tímida pero de carácter sencillo y gentil, nada como la descripción que había recibido de Wickham. Bingley también le visita con Darcy y Georgiana, con esta visita Elizabeth confirma que entre éste y la hermana de Darcy no existe ningún afecto diferente al fraternal que puede existir con la hermana menor de su amigo. Elizabeth, con los tíos Gardiner, es invitada nuevamente a Pemberley y allí se reencuentra con Caroline Bingley, ésta velada no es la más agradable, sin embargo siempre que leo esta parte de la novela encuentro adorable que, agobiada entre tantas personas indeseadas, Lizzy anhelaba la compañía de Darcy, quien se había ido de pesca con el tío Gardiner.
Deseaba y temía a la vez que el dueño de la casa llegase, y apenas podía aclarar si lo temía más que lo deseaba.
Justo cuando Lizzy empieza a reconocer su interés por Mr Darcy ocurre una tragedia, Lydia, quien todavía estaba a cargo de los Foster, se fuga nada más y nada menos que con Wickham, siendo Lydia una muchacha sin fortuna, Elizabeth se espera lo peor, la reputación de todas sus hermanas se ve marcada por su actuación, y la imagen de ella devaluada para siempre porque un hombre de la calaña de Wickham no repararía en una muchacha sin fortuna como Lydia.
Elizabeth solo podía pensar entonces que un hombre de la distinción de Darcy, si es que todavía estaba interesado en ella, jamás querría emparentar con una familia marcada por la desventura de una chiquilla perdida y alocada como Lydia.

domingo, 27 de marzo de 2011

Orgullo y Prejuicio (Resumen e Impresiones - Capítulos XXXVI al XLII)


Después de leer la carta los sentimientos de Elizabeth por Mr Darcy comienzan a transformarse y probablemente sea esta carta la que inicia su amor por él, sin embargo la explicación de estos sentimientos son algo difusos al principio, por un lado le despreciaba por considerarlo el causante de la separación de su hermana y Bingley pero por otra empieza a entenderle a medida que ahonda en la epístola y repasa su propia opinión sobre ciertos asuntos familiares expuestos en ella, como el ridículo que había hecho su familia durante el baile en Netherfield, o el parecer de Charlotte sobre la falta de emotividad de Jane por Bingley, que el desprecio que sentía por él fue gradualmente suavizándose. En cuanto a lo tocante a Wickham, Elizabeth quedó completamente sorprendida.
Se puso a leer de nuevo, pero cada línea probaba con mayor claridad que aquel asunto que ella no creyó que pudiese ser explicado más que como una infamia en detrimento del proceder de Darcy, era susceptible de ser expuesto de tal modo que dejaba a Darcy totalmente exento de culpa.
Algo que me gusta y que se desprende de la lectura de esta carta es que la confianza, seguridad y temperamento caprichoso de Elizabeth reciben una lección debido a la pulcra y justa percepción de Darcy sobre los asuntos familiares de Lizzy y la fraudulenta actuación de Wickham. La mejor prueba del correcto proceder de Darcy se relacionaba con la delicada confesión que se ve forzado a hacer sobre su hermana Georgiana. A partir de entonces Elizabeth empieza a ver a Darcy como un hombre sincero, justo y cabal.
Uno de los indicios de que Lizzy empezaba a enamorarse de Darcy es que después de leer la carta la primera vez no pudo dejar de hacerlo y repitió su lectura muchas veces. Esta íntima carta estaba redactada de tal manera que, sin ser otra confesión, cada palabra escrita parecía el recordatorio del amor declarado antes.
Ya casi sabía de memoria la carta de Darcy. Estudiaba sus frases una por una, y los sentimientos hacia su autor eran a veces sumamente encontrados. Al fijarse en el tono en que se dirigía a ella, se llenaba de indignación, pero cuando consideraba con cuánta injusticia le había condenado y vituperado, volvía su ira contra sí misma y se compadecía del desengaño de Darcy.
Elizabeth y Maria Lucas debieron dejar Hunsford días después de la partida de Darcy y el Colonel Fitzwilliam, se cumplía ya el tiempo que debían permanecer con los Collins, a Elizabeth la ponía feliz reencontrarse con Jane en Londres pero la entristecía dejar a su amiga con semejante compañero. De regreso a Hertfordshire, en dirección a la ciudad X, se encontraron con Kitty y Lydia quienes las esperaban para regresar a sus hermanas a Longburn en el coche del señor Bennet. Jane Austen tenía una encantadora manera de recrear las escenas de sus novela, uno de sus deliciosos legados como escritora, en este encuentro en que las Bennet menores esperan a las mayores en el restaurante de una posada, Lydia, sin parar hablar de un nuevo sombrero que había comprado no porque le gustara sino por el simple hecho de comprar algo, anuncia que Wickham ya no está comprometido con la señorita King.
“No hay peligro de que Wickham se case con Mary King. Nos lo reservamos. Mary King se ha marchado a Liverpool, a casa de su tía, y no volverá. ¡Wickham está a salvo!”
En el capítulo XXVI, Elizabeth observa que ya no es ella la predilecta de Wickham sino otra señorita, Mary King, una joven que había heredado diez mil libras y a la que un hombre sin fortuna pero bien ubicado en sociedad, como Wickham, tenía que rendir honores si pensaba escalar socialmente. Acá cito lo que Jane mejor que nadie puede explicar:
El aparente interés de Wickham había desaparecido, así como sus atenciones. Ahora era otra a la que admiraba. Elizabeth era lo bastante observadora como para darse cuenta de todo, pero lo veía y escribía de ello sin mayor pesar. No había hecho mucha mella en su corazón, y su vanidad quedaba satisfecha con creer que habría sido su preferida si su fortuna se lo hubiese permitido. La repentina adquisición de diez mil libras era el encanto más notable de la joven a la que ahora Wickham rendía su atención.
Elizabeth Bennet, nos guste o no, es una talentosa pero vanidosa joven, así que la primera vez que se encuentra sola con su hermana le relata, suprimiendo todo lo que pudiera relacionarse a Bingley, lo increíble de que Darcy le hubiera propuesto matrimonio.
El gran cariño que Jane sentía por Elizabeth disminuyó su asombro, pues todo lo que fuese admiración por ella le parecía perfectamente natural. Fueron otros sus sentimientos. Le dolía que Darcy se hubiese expresado de aquel modo tan poco adecuado para hacerse agradable, pero todavía le afligía más el pensar en la desdicha que la negativa de su hermana le habría causado.
Adicionalmente Elizabeth hace del conocimiento de Jane lo revelado por Darcy en la carta concerniente a Wickham y como parte esencial de la trama, le solicita a su hermana la autorización para divulgar o no lo conocido sobre la conducta del caballero, sin embargo éstas acuerdan que no vale la pena ponerlo en mal lugar y, a su vez, Lizzy agrega que Darcy no la había autorizado para revelar la verdad sobre él.
La señora Foster, la esposa del coronel del regimiento al que pertenecía Wickham, una dama muy joven, solicita en el capítulo XLI a Lydia para que la acompañase a Brighton.
Esta inapreciable amiga de Lydia era muy joven y hacía poco que se había casado. Como las dos eran igual de alegres y animadas, congeniaban perfectamente y a los tres meses de conocerse eran ya íntimas.
De las novelas que he leído de Jane Austen he resumido que en su época era normal que las damas casadas tuvieran como acompañantes de tertulias a otras más jóvenes, que no se hubieran casado, como sería Lydia para la señora Foster, Lizzy para Charlotte, Emma para la señora Weston (en la novela Emma), etc. De la solicutd de la señora Foster a Lydia, Lizzy prevee el inmediato desacierto que sería permitir que su descontrolada hermana menor acompañara a una señora casada siendo las dos tan jóvenes, y estando una relacionada a un regimiento. De esta manera expone las razones a su padre, pero éste repone que será mejor permitir que Lydia haga el ridículo cuanto antes y mejor aún por tan poco costo. Supongo que muchas de las palabras de la carta de Darcy resonaron en la cabeza de Elizabeth cuando escuchó la descabellada idea de que su imprudente hermana fuera invitada a tan irresponsable paseo.
Los tíos Gardiner regresan a Longbourn para recoger a su sobrina (Lizzy) y realizar el planificado paseo a los lagos, concretado en el capítulo XXVII, pero que tuvo que reconducirse hasta Derbyshire debido a las ocupaciones del señor Gardiner. Se hallaban entonces hospedados en Lambton, lugar de crianza de la señora Gardiner, cuando a ésta se le ocurrió visitar Pemberley para lo que tenían que desviarse apenas unas dos millas. Los tíos solicitaron la aprobación de Elizabeth, a quien la determinada visita le parecía muy inapropiada y solo la consintió cuando supo que el dueño de ésta propiedad estaba fuera de Derbyshire.

La próxima vez nos reencotraremos con Darcy, antes de irme les dejo con un pensamiento de Elizabeth Bennet:
¿Qué son los hombres al lado de las rocas y de las montañas?
 

sábado, 19 de marzo de 2011

La Carta de Darcy


La carta del Capitán Wentworth, de la novela Persuasión,  es muy famosa entre las seguidoras de Jane Austen, y en su momento será publicada en este blog también, pero, a mi parecer, la escrita por Darcy a Lizzy es igualmente un encanto, y como soporte para nuestro sumario sobre Orgullo y Prejuicio acá la cito:

«No se alarme, señorita, al recibir esta carta, ni crea que voy a repetir en ella mis sentimientos o a renovar las proposiciones que tanto le molestaron anoche. Escribo sin ninguna intención de afligirla ni de humillarme yo insistiendo en unos deseos que, para la felicidad de ambos, no pueden olvidarse tan fácilmente; el esfuerzo de redactar y de leer esta carta podía haber sido evitado si mi modo de ser no me obligase a escribirla y a que usted la lea. Por lo tanto, perdóneme que tome la libertad de solicitar su atención; aunque ya sé que habrá de concedérmela de mala gana, se lo pido en justicia.
»Ayer me acusó usted de dos ofensas de naturaleza muy diversa y de muy distinta magnitud. La primera fue el haber separado al señor Bingley de su hermana, sin consideración a los sentimientos de ambos; y el otro que, a pesar de determinados derechos y haciendo caso omiso del honor y de la humanidad, arruiné la prosperidad inmediata y destruí el futuro del señor Wickham. Haber abandonado despiadada e intencionadamente al compañero de mi juventud y al favorito de mi padre, a un joven que casi no tenía más porvenir que el de nuestra rectoría y que había sido educado para su ejercicio, sería una depravación que no podría compararse con la separación de dos jóvenes cuyo afecto había sido fruto de tan sólo unas pocas semanas. Pero espero que retire usted la severa censura que tan abiertamente me dirigió anoche, cuando haya leído la siguiente relación de mis actos con respecto a estas dos circunstancias y sus motivos. Si en la explicación que no puedo menos que dar, me veo obligado a expresar sentimientos que la ofendan, sólo puedo decir que lo lamento. Hay que someterse a la necesidad y cualquier disculpa sería absurda.
»No hacía mucho que estaba en Hertfordshire cuando observé, como todo el mundo, que el señor Bingley distinguía a su hermana mayor mucho más que a ninguna de las demás muchachas de la localidad; pero hasta la noche del baile de Netherfield no vi que su cariño fuese formal. Varias veces le había visto antes enamorado. En aquel baile, mientras tenía el honor de estar bailando con usted, supe por primera vez, por una casual información de sir William Lucas, que las atenciones de Bingley para con su hermana habían hecho concebir esperanzas de matrimonio; me habló de ello como de una cosa resuelta de la que sólo había que fijar la fecha. Desde aquel momento observé cuidadosamente la conducta de mi amigo y pude notar que su inclinación hacia la señorita Bennet era mayor que todas las que había sentido antes. También estudié a su hermana. Su aspecto y sus maneras eran francas, alegres y atractivas como siempre, pero no revelaban ninguna estimación particular. Mis observaciones durante aquella velada me dejaron convencido de que, a pesar del placer con que recibía las atenciones de mi amigo, no le correspondía con los mismos sentimientos. Si usted no se ha equivocado con respecto a esto, será que yo estaba en un error. Como sea que usted conoce mejor a su hermana, debe ser más probable lo último; y si es así, si movido por aquel error la he hecho sufrir, su resentimiento no es inmotivado. Pero no vacilo en afirmar que el aspecto y el aire de su hermana podían haber dado al más sutil observador la seguridad de que, a pesar de su carácter afectuoso, su corazón no parecía haber sido afectado. Es cierto que yo deseaba creer en su indiferencia, pero le advierto que normalmente mis estudios y mis conclusiones no se dejan influir por mis esperanzas o temores. No la creía indiferente porque me convenía creerlo, lo creía con absoluta imparcialidad. Mis objeciones a esa boda no eran exactamente las que anoche reconocí que sólo podían ser superadas por la fuerza de la pasión, como en mi propio caso; la desproporción de categoría no sería tan grave en lo que atañe a mi amigo como en lo que a mí se refiere; pero había otros obstáculos que, a pesar de existir tanto en el caso de mi amigo como en el mío, habría tratado de olvidar puesto que no me afectaban directamente. Debo decir cuáles eran, aunque lo haré brevemente. La posición de la familia de su madre, aunque cuestionable, no era nada comparado con la absoluta inconveniencia mostrada tan a menudo, casi constantemente, por dicha señora, por sus tres hermanas menores y, en ocasiones, incluso por su padre. Perdóneme, me duele ofenderla; pero en medio de lo que le conciernen los defectos de sus familiares más próximos y de su disgusto por la mención que hago de los mismos, consuélese pensando que el hecho de que tanto usted como su hermana se comporten de tal manera que no se les pueda hacer de ningún modo los mismos reproches, las eleva aún más en la estimación que merecen. Sólo diré que con lo que pasó aquella noche se confirmaron todas mis sospechas y aumentaron los motivos que ya antes hubieran podido impulsarme a preservar a mi amigo de lo que consideraba como una unión desafortunada. Bingley se marchó a Londres al día siguiente, como usted recordará, con el propósito de regresar muy pronto.
»Falta ahora explicar mi intervención en el asunto. El disgusto de sus hermanas se había exasperado también y pronto descubrimos que coincidíamos en nuestras apreciaciones. Vimos que no había tiempo que perder si queríamos separar a Bingley de su hermana, y decidimos irnos con él a Londres. Nos trasladamos allí y al punto me dediqué a hacerle comprender a mi amigo los peligros de su elección. Se los enumeré y se los describí con empeño. Pero, aunque ello podía haber conseguido que su determinación vacilase o se aplazara, no creo que hubiese impedido al fin y al cabo la boda, a no ser por el convencimiento que logré inculcarle de la indiferencia de su hermana. Hasta entonces Bingley había creído que ella correspondía a su afecto con sincero aunque no igual interés. Pero Bingley posee una gran modestia natural y, además, cree de buena fe que mi sagacidad es mayor que la suya. Con todo, no fue fácil convencerle de que se había engañado. Una vez convencido, el hacerle tomar la decisión de no volver a Hertfordshire fue cuestión de un instante. No veo en todo esto nada vituperable contra mí. Una sola cosa en todo lo que hice me parece reprochable: el haber accedido a tomar las medidas procedentes para que Bingley ignorase la presencia de su hermana en la ciudad. Yo sabía que estaba en Londres y la señorita Bingley lo sabía también; pero mi amigo no se ha enterado todavía. Tal vez si se hubiesen encontrado, no habría pasado nada; pero no me parecía que su afecto se hubiese extinguido lo suficiente para que pudiese volver a verla sin ningún peligro. Puede que esta ocultación sea indigna de mí, pero creí mi deber hacerlo. Sobre este asunto no tengo más que decir ni más disculpa que ofrecer. Si he herido los sentimientos de su hermana, ha sido involuntariamente, y aunque mis móviles puedan parecerle insuficientes, yo no los encuentro tan condenables.
»Con respecto a la otra acusación más importante de haber perjudicado al señor Wickham, sólo la puedo combatir explicándole detalladamente la relación de ese señor con mi familia. Ignoro de qué me habrá acusado en concreto, pero hay más de un testigo fidedigno que pueda corroborarle a usted la veracidad de cuanto voy a contarle.
»El señor Wickham es hijo de un hombre respetabilísimo que tuvo a su cargo durante muchos años la administración de todos los dominios de Pemberley, y cuya excelente conducta inclinó a mi padre a favorecerle, como era natural; el cariño de mi progenitor se manifestó, por lo tanto, generosamente en George Wickham, que era su ahijado. Costeó su educación en un colegio y luego en Cambridge, pues su padre, constantemente empobrecido por las extravagancias de su mujer, no habría podido darle la educación de un caballero. Mi padre no sólo gustaba de la compañía del muchacho, que era siempre muy zalamero, sino que formó de él el más alto juicio y creyó que la Iglesia podría ser su profesión, por lo que procuró proporcionarle los medios para ello. Yo, en cambio, hace muchos años que empecé a tener de Wickham una idea muy diferente. La propensión a vicios y la falta de principios que cuidaba de ocultar a su mejor amigo, no pudieron escapar a la observación de un muchacho casi de su misma edad que tenía ocasión de sorprenderle en momentos de descuido que el señor Darcy no veía. Ahora tendré que apenarla de nuevo hasta un grado que sólo usted puede calcular, pero cualesquiera que sean los sentimientos que el señor Wickham haya despertado en usted, esta sospecha no me impedirá desenmascararle, sino, al contrario, será para mí un aliciente más.
»Mi excelente padre murió hace cinco años, y su afecto por el señor Wickham siguió tan constante hasta el fin, que en su testamento me recomendó que le apoyase del mejor modo que su profesión lo consintiera; si se ordenaba sacerdote, mi padre deseaba que se le otorgase un beneficio capaz de sustentar a una familia, a la primera vacante. También le legaba mil libras. El padre de Wickham no sobrevivió mucho al mío. Y medio año después de su muerte, el joven Wickham me escribió informándome que por fin había resuelto no ordenarse, y que, a cambio del beneficio que no había de disfrutar, esperaba que yo le diese alguna ventaja pecuniaria más inmediata. Añadía que pensaba seguir la carrera de Derecho, y que debía hacerme cargo de que los intereses de mil libras no podían bastarle para ello. Más que creerle sincero, yo deseaba que lo fuese; pero de todos modos accedí a su proposición. Sabía que el señor Wickham no estaba capacitado para ser clérigo; así que arreglé el asunto. Él renunció a toda pretensión de ayuda en lo referente a la profesión sacerdotal, aunque pudiese verse en el caso de tener que adoptarla, y aceptó tres mil libras. Todo parecía zanjado entre nosotros. Yo tenía muy mal concepto de él para invitarle a Pemberley o admitir su compañía en la capital. Creo que vivió casi siempre en Londres, pero sus estudios de Derecho no fueron más que un pretexto y como no había nada que le sujetase, se entregó libremente al ocio y a la disipación. Estuve tres años sin saber casi nada de él, pero a la muerte del poseedor de la rectoría que se le había destinado, me mandó una carta pidiéndome que se la otorgara. Me decía, y no me era difícil creerlo, que se hallaba en muy mala situación, opinaba que la carrera de derecho no era rentable, y que estaba completamente decidido a ordenarse si yo le concedía la rectoría en cuestión, cosa que no dudaba que haría, pues sabía que no disponía de nadie más para ocuparla y por otra parte no podría olvidar los deseos de mi venerable padre. Creo que no podrá usted censurarme por haberme negado a complacer esta demanda e impedir que se repitiese. El resentimiento de Wickham fue proporcional a lo calamitoso de sus circunstancias, y sin duda habló de mí ante la gente con la misma violencia con que me injurió directamente. Después de esto, se rompió todo tipo de relación entre él y yo. Ignoro cómo vivió. Pero el último verano tuve de él noticias muy desagradables.
»Tengo que referirle a usted algo, ahora, que yo mismo querría olvidar y que ninguna otra circunstancia que la presente podría inducirme a desvelar a ningún ser humano. No dudo que me guardará usted el secreto. Mi hermana, que tiene diez años menos que yo, quedó bajo la custodia del sobrino de mi madre, el coronel Fitzwilliam y la mía. Hace aproximadamente un año salió del colegio y se instaló en Londres. El verano pasado fue con su institutriz a Ramsgate, adonde fue también el señor Wickham expresamente, con toda seguridad, pues luego supimos que la señora Younge y él habían estado en contacto. Nos habíamos engañado, por desgracia, sobre el modo de ser de la institutriz. Con la complicidad y ayuda de ésta, Wickham se dedicó a seducir a Georgiana, cuyo afectuoso corazón se impresionó fuertemente con sus atenciones; era sólo una niña y creyendo estar enamorada consintió en fugarse. No tenía entonces más que quince años, lo cual le sirve de excusa. Después de haber confesado su imprudencia, tengo la satisfacción de añadir que supe aquel proyecto por ella misma. Fui a Ramsgate y les sorprendí un día o dos antes de la planeada fuga, y entonces Georgiana, incapaz de afligir y de ofender a su hermano a quien casi quería como a un padre, me lo contó todo. Puede usted imaginar cómo me sentí y cómo actué. Por consideración al honor y a los sentimientos de mi hermana, no di un escándalo público, pero escribí al señor Wickham, quien se marchó inmediatamente. La señora Younge, como es natural, fue despedida en el acto. El principal objetivo del señor Wickham era, indudablemente, la fortuna de mi hermana, que asciende a treinta mil libras, pero no puedo dejar de sospechar que su deseo de vengarse de mí entraba también en su propósito. Realmente habría sido una venganza completa.
»Ésta es, señorita, la fiel narración de lo ocurrido entre él y yo; y si no la rechaza usted como absolutamente falsa, espero que en adelante me retire la acusación de haberme portado cruelmente con el señor Wickham. No sé de qué modo ni con qué falsedad la habrá embaucado; pero no hay que extrañarse de que lo haya conseguido, pues ignoraba usted todas estas cuestiones. Le era imposible averiguarlas y no se sentía inclinada a sospecharlas.
»Puede que se pregunte por qué no se lo conté todo anoche, pero entonces no era dueño de mí mismo y no sabía qué podía o debía revelarle. Sobre la verdad de todo lo que le he narrado, puedo apelar al testimonio del coronel Fitzwilliam, quien, por nuestro estrecho parentesco y constante trato, y aún más por ser uno de los albaceas del testamento de mi padre, ha tenido que enterarse forzosamente de todo lo sucedido. Si el odio que le inspiro invalidase mis aseveraciones, puede usted consultar con mi primo, contra quien no tendrá usted ningún motivo de desconfianza; y para que ello sea posible, intentaré encontrar la oportunidad de hacer llegar a sus manos esta carta, en la misma mañana de hoy. Sólo me queda añadir: Que Dios la bendiga.
Fitzwilliam Darcy.»

Orgullo y Prejuicio (Resumen e Impresiones - Capítulos XXXI al XXXV)

Poco después de su llegada, Elizabeth oyó decir que Darcy iba a llegar dentro de unas semanas, y aunque hubiese preferido a cualquier otra de sus amistades, lo cierto era que su presencia podía aportar un poco de variedad a las veladas de Rosings y que podría divertirse viendo el poco fundamento de las esperanzas de la señorita Bingley mientras observaba la actitud de Darcy con la señorita de Bourgh, a quien, evidentemente, le destinaba lady Catherine.
Para muchos, y para mí también, esta es una de las partes más emotivas de la novela Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, porque es en este fragmento de la obra en donde se pueden observar la lucha interna de Darcy sobre sus sentimientos por Elizabeth Bennet y la manera en que gradualmente cambian los de ésta por él. Pero lo cierto es que Darcy, quien había viajado con su primo Fitzwilliam, visitó a los Collins al día siguiente de haberse instalado en Rosings mas no volvió a intimar con el grupo de Hertfordshire sino hasta dentro de una semana en una cena instalada por Lady Catherine.
Una sutil parte del carácter de Mr Darcy, que se refuerza más adelante, es expuesta durante esta cena, en Hertfordshire pudimos conocer algunas facetas de su persona a través de Bingley o de Caroline, y algunas veces a través de sí mismo en sus acaloradas discusiones con Elizabeth, y para reconocer la verdad lo que pudimos percibir fue a un tipo muy arrogante, orgulloso y centrado en su superioridad sobre los demás, sin embargo en esta cena se presenta más franco y dispuesto a dialogar con ella. Particularmente a mí me parece excepcional la manera en que él se acerca a Elizabeth, cuando ella tocaba el piano, y le expone sus razones, mientras ella trataba de ridiculizarlo sobre su apatía para con las damas sin pareja durante aquel baile en Hertfordshire, del por qué se había mantenido a distancia de todos los nuevos conocidos.
Reconozco ––dijo Darcy–– que no tengo la habilidad que otros poseen de conversar fácilmente con las personas que jamás he visto. No puedo hacerme a esas conversaciones y fingir que me intereso por sus cosas como se acostumbra.
Darcy comienza a exponer sus ocultos sentimientos cuando inquieto y solo aparece en casa de los Collins. Elizabeth también estaba sola y la actitud de Darcy la desconcierta.

Una de las características que más admiro en Elizabeth Bennet y su relación con Darcy es que ella, a pesar de que la distinción de un caballero de su importancia era notoriamente hacia ella, su amiga Charlotte en una oportunidad le expresó que de no ser por ella el señor Darcy no se habría presentado en su casa con tanta rapidez, Elizabeth no consideraba que la distinción se debiera a algún interés de Darcy por ella y de hecho la toma por sorpresa su declaración. Una de las características que menos admiro de ella es su incostancia decorada con una sutil coquetería. Muchos admiran a Lizzy por su libre albedrío y determinada necesidad de expresar cuanto se le ocurre, y son dos de las virtudes que más me gustan de ella también, pero si nos damos cuenta, durante la historia, Lizzy tiene cuatro pretendientes, ¿nada mal, no?, de los cuales ella solamente no estuvo interesada en uno, Collins, por todos los demás se sintió atraída, comenzando por Wickham, pasando por el Colonel Fitzwilliam y terminando en Darcy, y todos cuatro admiradores en un lapso de tiempo no mayor a un año.
Durante el tête–à–tête en casa de los Collins, Elizabeth aprovecha la circunstancia para interrogar a Darcy sobre la repentina salida de los Bingley de Netherfield, de esto, lo único que el señor Darcy deja claro en sus contestaciones es que Bingley tiene un carácter muy jovial e inconstante y que tal vez de un momento a otro vendería Netherfield por encontrarse en una edad en la que las amistades le influenciaban y los compromisos como éstas aumentaban sin cesar.
Hasta el momento Lizzy solo sentía antipatía por las maneras de Darcy y por ello no le gustaba encontrarse casualmente con él por la alameda de la finca, recorrido que ella había hecho su predilecto desde que lo descubriera a su llegada a Hunsford, pero con las confidencias que le hiciera el Colonel Fitzwilliam –probablemente el personaje que menos me gusta en Orgullo y Prejuicio por su falta de delicadeza e intuición, es decir, cualquier bajeza podía esperarse de un actor como Wickham, pero que una indiscreción proviniera de el propio primo de Darcy lo encuentro intolerable–, Darcy pasó a ser un ser incorrecto y sin sentimientos. De acuerdo con esas confidencias, Darcy había prevenido a un buen amigo suyo (Bingley) de hacer un matrimonio imprudente. Darcy, no Caroline sino Darcy había privado a su más querida hermana de la felicidad, y sin más excusa ese sencillo hecho bastaba para odiarle.
La Declaración de Darcy
Debido a su nuevo conocimiento de la situación Jane-Bingley-Darcy, Elizabeth se excusó para cenar en Rosings con el impedimento de padecer dolor de cabeza, pero su principal razón para ausentarse era su necesidad de no intimar con Darcy. Pero éste al saber de su indisposición se alteró y acudió a verla para saber de su salud, entonces no aguantó más y le manifestó sus sentimientos:
He luchado en vano. Ya no puedo más. Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga que la admiro y la amo apasionadamente.
El asunto es que Darcy pensó que por Elizabeth ser de cuna inferior aceptaría sin titubeos una proposición de amor tan prometedora pero lo cierto era que, gracias a la impertinencia del Colonel Fitzwilliam, Elizabeth odiaba a Darcy, ella le atribuía la responsabilidad de haber separado a su hermana de Bingley y ello era algo imperdonable.
En estos casos creo que se acostumbra a expresar cierto agradecimiento por los sentimientos manifestados, aunque no puedan ser igualmente correspondidos. Es natural que se sienta esta obligación, y si yo sintiese gratitud, le daría las gracias. Pero no puedo; nunca he ambicionado su consideración, y usted me la ha otorgado muy en contra de su voluntad. Siento haber hecho daño a alguien, pero ha sido inconscientemente, y espero que ese daño dure poco tiempo. Los mismos sentimientos que, según dice, le impidieron darme a conocer sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin dificultad ese sufrimiento.
El capítulo XXXIV es importantísimo por esta razón, Darcy declara sus sentimientos a Elizabeth con la menor de las cortesías y con mucha vanidad, sintiéndose seguro de ser aceptado solo porque una persona adinerada le proclamaba sus sentimientos a otra de inferioridad económica. Si la mayoría de los lectores admiramos a Elizabeth Bennet es por esta firmeza de carácter y su manera de rectificar sus errores. La discusión entre Darcy y Lizzy se intensifica cuando Wickham aparece como tema de debate, Elizabeth expone lo que hasta entonces conocía, que Darcy lo había privado de la asignación de una parroquia, la última voluntad del difunto señor Darcy, y Mr Darcy termina ofendido con semejante calumnia.

Mi próxima entrada no se tratará de un resumen o mis impresiones sobre un número de capítulos sino de la carta de Darcy a Elizabeth como tal, para que quede como un hermoso anexo de este blog.
XX.

Orgullo y Prejuicio (Resumen e Impresiones - Capítulos XXVI al XXX)


En el capítulo XXI de la novela Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, Jane Bennet recibe correspondencia de Caroline Bingley que anuncia su despedida y la de todos los que ocupaban la casa de Netherfield.
Los tíos Gardiner, que aparecen en el capítulo XXV, se presentan de visita en Longbourn, es interesante recoger las impresiones de Jane Austen respecto a la profesión del tío Gardiner, quien es, por cierto, hermano de la señora Bennet, y se dedica al comercio, una profesión poco celebrada por los autores de la época –lo entiendo un poco más ahora que estoy leyendo Norte y Sur, de Elizabeth Gaskell, cuyo desarrollo contrapone los sentimientos de una joven, Margaret Hale, por la actividad practicada en un pueblo (Milton) netamente comercial–, en general al comerciante se le tildaba de inculto y de perseguir el dinero de manera sencilla, era mejor visto ser terrateniente, poseer propiedades como el señor Darcy, de Pemberley, o dedicarse a la agricultura.
El señor Gardiner era un hombre inteligente y caballeroso, muy superior a su hermana por naturaleza y por educación. A las damas de Netherfield se les hubiese hecho difícil creer que aquel hombre que vivía del comercio y se hallaba siempre metido en su almacén, pudiera estar tan bien educado y resultar tan agradable. La señora Gardiner, bastante más joven que la señora Bennet y que la señora Philips, era una mujer encantadora y elegante, a la que sus sobrinas de Longbourn adoraban. Especialmente las dos mayores, con las que tenía una particular amistad.
Con la idea de que Jane tomara nuevos aires, y de pronto se encontrara con Bingley en Londres, ésta parte de vacaciones con los tíos Gardiner a la capital mientras Elizabeth, días después de su partida, en el mes de marzo, viaja con Sir William Lucas y Maria Lucas a Hunsford, bajo la invitación de la señora Charlotte Collins a su nueva morada.
La señora Collins dio la bienvenida a su amiga con el más sincero agrado, y Elizabeth, al ser recibida con tanto cariño, estaba cada vez más contenta de haber venido. Observó al instante que las maneras de su primo no habían cambiado con el matrimonio; su rigida cortesía era exactamente la misma de antes, y la tuvo varios minutos en la puerta para hacerle preguntas sobre toda la familia.
Es importante acá percibir las reacciones de Elizabeth sobre el desigual matrimonio entre Charlotte y Collins, ella nunca estuvo a favor de este enlace a pesar de que lo aceptó, es gracioso también observar las maneras de Collins para con Elizabeth mientras les muestra a los visitantes su casa.
Elizabeth estaba preparada para verlo ahora en su ambiente, y no pudo menos que pensar que al mostrarles las buenas proporciones de la estancia, su aspecto y su mobiliario, Collins se dirigía especialmente a ella, como si deseara hacerle sentir lo que había perdido al rechazarle.
Visitar Rosings era un punto importantísimo en la agenda y el grupo tuvo la suerte de estar  invitado a cenar allí al día siguiente de su llegada. Elizabeth tenía cierto conocimiento de Rosings por ambas partes, Collins, todo elogio, y Wickham, mucha envidia, ahora ella iba a formarse su propia opinión sobre ésta y sus habitantes.
Lady Catherine era una mujer muy alta y corpulenta, de rasgos sumamente pronunciados que debieron de haber sido hermosos en su juventud. Tenía aires de suficiencia y su manera de recibirles no era la más apropiada para hacer olvidar a sus invitados su inferior rango. Cuando estaba callada no tenía nada de terrible; pero cuando hablaba lo hacía en un tono tan autoritario que su importancia resultaba avasalladora.
Una de las partes más severas de la novela ocurre cuando, durante la cena, Lady Catherine se informa sobre la educación de Lizzy y sus hermanas. En la época de Jane Austen, las mujeres, para demostrar que eran cultas y valiosas, debían saber y hacer un poco de todo lo que se les permitiese en ese entonces, las actividades hacían honor a la feminidad y las más resaltantes eran: coser, tejer, leer, escribir, pintar y tocar algún instrumento, el más clásico era el piano, por lo tanto, cualquiera de estas virtudes enumeradas que no fueran conocidas o practicadas con destreza hacía a las señoritas sinónimo de algo terrible y les restaba valor con respecto a las que sí dominaban estas artes, adicional a esto, las muchachas eran mejor vistas si eran educadas por una institutriz y no en la escuela pública. Es por esto que Lady Catherine se sobresalta cuando Lizzy le responde que ni ella ni ninguna de sus hermanas había sido educada por una institutriz o asistido a la escuela:
las que queríamos aprender, nunca nos faltaron los medios. Siempre fuimos impulsadas a la lectura, y teníamos todos los maestros que fueran necesarios. Verdad es que las que preferían estar ociosas, podían estarlo.”
Adicionalmente Lady Catherine se horroriza cuando Lizzy le expone que todas sus hermanas, incluso las tres menores, ya fueron presentadas en sociedad. Se suponía, en esos días, que cuando la hermana mayor se hubiera casado entonces la siguiente en edad era la que debía asistir a los bailes y reuniones para pescar marido.
creo que sería muy injusto que las hermanas menores no pudieran disfrutar de la sociedad y de sus amenidades, por el hecho de que las mayores no tuviesen medios o ganas de casarse pronto. La última de las hijas tiene tanto derecho a los placeres de la juventud como la primera
 Y de esta manera Lady Catherine no se forma el mejor de los conceptos sobre Elizabeth Bennet.
¡Caramba! ––dijo Su Señoría––. Para ser usted tan joven da sus opiniones de modo muy resuelto.

En los siguientes capítulos nos perderemos todos por el bosque junto a Darcy.

martes, 8 de marzo de 2011

Morning Glory


Sinceramente creo que el año pasado hubo una falta de buenas comedias románticas. Hace unos días estuve viendo Morning Glory y hacía tiempo que no me entretenía tanto. Morning Glory –todavía no sé cómo será su título en español–, trata las situaciones de una aspirante a productora de los programas matutinos de televisión.
Cuando Becky Fuller cree que será promovida como jefa de producción del programa de tv matutino para el que trabaja recibe la desalentadora noticia de que está despedida. Becky consigue empleo en otro programa matutino de la cadena ficticia IBS y desde su inicio expone su creatividad mediante el despido del impertinente presentador del show, Paul McVee. Becky, en adición, es adicta al trabajo, perfeccionista e insistente y en la intención de hallar al mejor anfitrión masculino para Daybreak, el show matutino de la cadena para la que ahora trabaja, se empeña en traer al mejor narrador de noticias, sarcástica y arrogantemente interpretado por Harrison Ford, quien se piensa superior a todos sus compañeros por su experiencia como reportero de noticias importantes, especialmente se cree por encima que cualquier presentador de los de los shows matutinos, por lo que uno de los principales retos de Becky será persuadirlo de que acepte su nuevo rol dentro de la cadena de televisión. 
Aunque durante el desarrollo de la película no hay adornos de Navidad y apenas se escucha un fragmento de la música del Cascanueces, el papel que interpreta Harrison Ford, Mike Pomeroy, es el reflejo moderno del personje principal del libro de Charles Dickens, A Christmas Carol: Scrooge, que gradualmente va cambiando su antipatía gracias al parecer y la convicción de una inocente pero insistente  y prometedora joven productora.
Para quienes todavía no han disfrutado de esta película, aseguro que es ligera,  encantadora  y agradable, con la que se puede confirmar, adicionalmente, lo que quizás muchos ya imaginamos sobre el detrás de cámaras de los programas de televisión matutinos, como el importante Today Show, de la cadena Estadounidense NBC, y que cuenta además con actuaciones de Rachel McAdams, en el papel principal, Harrison Ford, Diane Keaton y Patrick Wilson.

P.D.: Y por supuesto que  hay una historia romántica en el medio, sino no me habría gustado tanto.

lunes, 7 de marzo de 2011

The Romantics


No todas las películas independientes son agradables, menos si pretenden ser románticas, pero The Romantics logra lo que una película de este estilo intenta ser, es fresca, entretenida y cuenta con un elenco joven y atractivo: Katie Holmes, Anna Paquin, Malin Akerman, Adam Brody, Diane Agron (de la serie Glee), Elijah Wood, Jeremy Strong, Rebecca Lawrence y Josh Duhamel, en el papel principal, por cuyas películas últimamente tengo cierto coqueteo porque sabe hacerse enamorado, menciono algunas: Life as we Know it, Win a Date with Ted Hamilton y When in Rome.
Basada en la novela, y luego que supe esto se me antojó mucho leer el libro, de Galt Niederhoffer, y escrita y dirigida por ella misma, The Romantics se desarrolla es una preciosa locación, una casa hermosa con lindos jardines que servirán de escenario para una boda, una boda que resulta también el momento de reencuentro de un grupo de amigos que en la universidad solían ser llamados The Romantics (Los Románticos). El conflicto de la película consiste en que dos de las señoritas, Laura (Katie Holmes) y Lila (Anna Paquin), están enamoradas del mismo caballero (Josh Duhamel) aunque solo una de ellas podrá casarse con él.
No sé si habrá sido porque Josh Duhamel es el protagonista, pero The Romantics es una de las películas que más he disfrutado este año (aunque se estrenó en 2.010), la atmósfera que mantiene es, a mi parecer, todo el tiempo agradable a pesar de las incómodas situaciones que se presentan en la víspera de una boda. 

Curiosidad: La película tiene unos cuántos productores ejecutivos y Katie Holmes es uno de ellos.

También, puede leer mis impresiones sobre Life as we Know it aquí: 
Life as we Know it (Bajo el Mismo Techo)

domingo, 6 de marzo de 2011

Orgullo y Prejuicio (Resumen e Impresiones - Capítulos XIX al XXV


Supongo que Jane Austen debió tener mucha diversión cuando creó uno de los personajes secundarios más apreciados de la literatura inglesa, Mr Collins.
Mr Collins es hilarante especialmente por su ceremonia, inoportunidad e impertinencia, tanto al expresarse como al actuar. Uno de sus extravagantes desaciertos se manifiesta con su actuación en el baile de Netherfield cuando, sin conocer a Mr Darcy, y rompiendo todo tipo de códigos sociales de la época, se presenta, él mismo, con el dueño de Pemberley, algo irreprochable ahora pero muy criticable entonces:
Elizabeth intentó disuadirle para que no hiciese semejante cosa asegurándole que el señor Darcy consideraría el que se dirigiese a él sin previa presentación como una impertinencia y un atrevimiento, más que como un cumplido a su tía; que no había ninguna necesidad de darse a conocer, y si la hubiese, le correspondería al señor Darcy, por la superioridad de su rango, tomar la iniciativa.

La Declaración de Collins
En el capítulo XIX de la novela Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, Collins abiertamente se declara a Elizabeth Bennet. Su interés de contraer matrimonio con una de las Bennet, a su llegada a Hertfordshire, había sido puesto en la primogénita de la familia, Jane, pero tras ser persuadido por la madre de la joven de que ésta en poco tiempo estaría comprometida con otro señor (Bingley) trasladó su intención de matrimonio a Elizabeth. Collins explica su predilección de tomar por esposa a cualquiera de las jóvenes Bennet que le fuera concedida como un acto bondadoso y desinteresado, siendo el heredero legal de Longbourn, la residencia de los Bennet, evitaría la desgracia en estos cuando la propiedad pasara a pertenecerle, una vez el señor Bennet falleciera. Pero lo cierto era que su mentora, Lady Catherine de Bourgh le había aconsejado que escogiera una esposa puesto que ello le ayudaría a su imagen de clérigo, de rector de Hunsford.
En la escena más embarazosa y jocosa, Lizzy recibe la proclamación del amor de Collins, y con toda la pompa necesaria. La declaración de Mr Collins es uno de los acontecimientos más importantes en la novela Orgullo y Prejuicio debido a que no era normal, continuando con la etiqueta y códigos sociales del tiempo de la obra, que una joven de cuna inferior rechazara la propuesta de matrimonio de un caballero como éste, a pesar de que fuera tan irritante, con toda las ventajas que dicho enlace podía ofrecerle, estabilidad económica no solamente a ella sino a toda su familia.
Debe dejar que presuma, mi querida prima, que su rechazó ha sido sólo de boquilla. Las razones que tengo para creerlo, son las siguientes: no creo que mi mano no merezca ser aceptada por usted ni que la posición que le ofrezco deje de ser altamente apetecible. Mi situación en la vida, mi relación con la familia de Bourgh y mi parentesco con usted son circunstancias importantes en mi favor. Considere, además, que a pesar de sus muchos atractivos, no es seguro que reciba otra proposición de matrimonio. Su fortuna es tan escasa que anulará, por desgracia, los efectos de su belleza y buenas cualidades. Así pues, como no puedo deducir de todo esto que haya procedido sinceramente al rechazarme, optaré por atribuirlo a su deseo de acrecentar mi amor con el suspense, de acuerdo con la práctica acostumbrada en las mujeres elegantes.
La replica de Elizabeth es una de mis predilectas en la novela porque expone muy bien su carácter desafiante e intimidante de la vida, firme y resuelto, y su indisposición a casarse sin amor, lo cual era una de las banderas de Jane Austen:
Le aseguro a usted, señor, que no me parece nada elegante atormentar a un hombre respetable. Preferiría que me hiciese el cumplido de creerme. Le agradezco una y mil veces el honor que me ha hecho con su proposición, pero me es absolutamente imposible aceptarla. Mis sentimientos, en todos los aspectos, me lo impiden. ¿Se puede hablar más claro? No me considere como a una mujer elegante que pretende torturarle, sino como a un ser racional que dice lo que siente de todo corazón.
La magnitud de la negación de Elizabeth de casarse con Collins se representa en los nervios de la señora Bennet y uno de los momentos más adorables en el señor Bennet, cuando Mrs Bennet, alarmada por el rechazo de Lizzy a Collins, busca en el padre de la joven la persuasión necesaria para que la situación fuera en reverso éste aconseja a su hija que de cambiar su respuesta perderá a uno de sus padres.
Tienes una triste alternativa ante ti, Elizabeth. Desde hoy en adelante tendrás que renunciar a uno de tus padres. Tu madre no quiere volver a verte si no te casas con Collins, y yo no quiero volver a verte si te casas con él.
Por supuesto, Lizzy fue feliz con el consentimiento de su padre de no casarse con Mr Collins pero su madre continuaba en el afán de revertir su contestación, no obstante, en la impulsiva intención de aliarse con Collins para que tuviera paciencia a su hija, explica a éste que Lizzy es una chica muy terca y loca, por lo que el futuro heredero de Longbourn prefiere desembarazarse de su proposición:
Perdóneme que la interrumpa ––exclamó Collins––, pero si en realidad es terca y loca, no sé si, en conjunto, es una esposa deseable para un hombre en mi situación, que naturalmente busca felicidad en el matrimonio. Por consiguiente, si insiste en rechazar mi petición, acaso sea mejor no forzarla a que me acepte, porque si tiene esos defectos, no contribuiría mucho que digamos a mi ventura.

Matrimonio por Conveniencia

Uno de los momentos más radicales y disparatados de la novela, visto desde la percepción de Elizabeth sobre el amor, se presenta cuando Charlotte Lucas le confiesa que se ha comprometido en matrimonio con Mr Collins.
Charlotte Lucas tenía veintisiete años, para entonces una mujer de veinticinco años, una veintitrés, que no se hubiera casado aún era ya considerada solterona, por lo que, las perspectivas de Charlotte de casarse, probablemente, eran una en un millón, por lo tanto, cuando aparece Collins la indiferencia de las Bennet para con él la beneficia, y Collins no se hace ciego a esta manifestación de preferencia de ella, por consiguiente reconduce su proposición de matrimonio a la mejor amiga de Elizabeth Bennet.
A Elizabeth esta decisión de su amiga le sienta muy mal, no porque hubiera aceptado la petición de mano del hombre que ella había rechazado sino por lo que significaba que se uniera de por vida a éste, imaginemos solamente que la opinión de Lizzy sobre Collins se observa en el capítulo XXIV y le describe como una persona engreída, pedante, cerril y mentecato; Elizabeth solo podía pronosticar un matrimonio de mucha infelicidad, la infelicidad que ella misma se había evitado.
Sé lo que sientes ––repuso Charlotte––. Tienes que estar sorprendida, sorprendidísima, haciendo tan poco que el señor Collins deseaba casarse contigo. Pero cuando hayas tenido tiempo de pensarlo bien, espero que comprenderás lo que he hecho. Sabes que no soy romántica. Nunca lo he sido. No busco más que un hogar confortable, y teniendo en cuenta el carácter de Collins, sus relaciones y su posición, estoy convencida de que tengo tantas probabilidades de ser feliz con él, como las que puede tener la mayoría de la gente que se casa.